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Racismo: ¿Son algunas razas realmente más “tontas” o más “inteligentes”? Historia, educación y el impacto de las civilizaciones antiguas


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El racismo y la discriminación se basan en la creencia de que un grupo de personas es superior o inferior a otro según características como el color de la piel o el origen. Durante siglos, estas diferencias se han utilizado para justificar divisiones sociales, esclavitud y conflictos. Pero, ¿existen realmente fundamentos biológicos para tales divisiones o todo depende del acceso a la educación, el poder y los recursos? Vamos a profundizar en la historia para descubrir los orígenes de estas creencias y cómo el desarrollo de las civilizaciones influyó en nuestra percepción de los diferentes grupos.


Educación y poder: desde los sumerios hasta Egipto


En civilizaciones antiguas como Sumeria (actual Irak) y Egipto, la educación y el conocimiento eran la base del poder. En torno al 3500 a.C., los sumerios desarrollaron uno de los primeros sistemas de escritura, la cuneiforme, lo que les dio una ventaja enorme sobre otros grupos de la región. No fue la raza, sino la capacidad de registrar el conocimiento, crear leyes y organizar la sociedad lo que colocó a los sumerios en una posición dominante.


Lo mismo ocurrió en el antiguo Egipto, donde los faraones gobernaban una sociedad en la que la religión, la ciencia y la política estaban estrechamente entrelazadas. Los sacerdotes y las élites educadas tenían acceso a conocimientos que les permitían controlar la sociedad. Los grupos menos educados, como los nubios del sur, eran considerados subordinados. ¿Eran los nubios menos inteligentes? Por supuesto que no; la diferencia radicaba únicamente en que no tenían acceso al mismo nivel de educación y conocimiento.


¿Discriminación racial o jerarquía educativa?


En la época del Imperio romano, que se extendía desde Europa hasta el norte de África y el Medio Oriente, no existía el concepto de racismo tal como lo entendemos hoy. Las divisiones sociales se basaban en el origen, el estatus social y la cultura, no en el color de la piel. Los romanos se consideraban a sí mismos más civilizados que los “bárbaros” del norte, como los germanos o los celtas, no por motivos raciales, sino porque los veían como menos educados, menos avanzados tecnológicamente y menos estructurados socialmente.


De manera similar, los griegos despreciaban a los “extranjeros” fuera del mundo griego, llamándolos “bárbaros”, un término que simplemente significaba personas que no hablaban griego o no participaban en la cultura griega. Aristóteles argumentaba que algunos pueblos eran “esclavos naturales”, pero esto se refería a su falta de educación y cultura, no a su raza.


¿Racismo sistémico o cultural?


Las desigualdades raciales actuales suelen tener sus raíces en barreras sistémicas educativas y económicas, que a su vez derivan de la historia del colonialismo y la esclavitud. En los tiempos modernos, los europeos, que exploraban nuevos territorios, utilizaron su ventaja tecnológica y educativa para dominar a los pueblos indígenas de América, África y Asia. El colonialismo no se basaba en la superioridad biológica de una raza sobre otra, sino en la superioridad derivada del acceso a armas, tecnología y conocimiento, que Europa había adquirido gracias al Renacimiento y la Revolución Científica.


Por ejemplo, los españoles, que conquistaron grandes imperios en América del Sur como los aztecas y los incas, no triunfaron debido a una supuesta “mayor inteligencia”, sino gracias al acceso a tecnologías como el acero y la pólvora. Los aztecas y los incas eran civilizaciones increíblemente avanzadas, con sus propios sistemas educativos, conocimiento astronómico y estructuras sociales complejas. Su derrota militar no fue resultado de una falta de inteligencia, sino de diferencias tecnológicas y logísticas.


Racismo inverso: desconfianza hacia los “sabelotodo”


Hoy en día, tanto en los países desarrollados como en los en vías de desarrollo, observamos el fenómeno del racismo inverso, donde los grupos menos educados, ya sean rurales o urbanos, miran con desconfianza a aquellos que están más educados. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la resistencia a la ciencia y la globalización, donde las personas se aferran a la tradición y la religión, ignorando o rechazando las explicaciones científicas y la educación.


En estas sociedades, tanto en Occidente como en otras regiones, las personas educadas, especialmente aquellas que promueven la ciencia y las nuevas tecnologías, a veces son vistas como una amenaza para los valores tradicionales. La religión y la cultura se convierten en bastiones contra cambios que se perciben como intentos de imponer valores occidentales.


La educación como herramienta para la igualdad de oportunidades


La solución a este problema reside en la globalización positiva de la ciencia y la educación. En lugar de imponer modelos de pensamiento occidentales, es necesario crear sistemas educativos que tengan en cuenta las necesidades y tradiciones locales. Si cada grupo social tuviera acceso equitativo a una educación de calidad, las diferencias percibidas entre “inteligencia” y “torpeza” desaparecerían.


El acceso al conocimiento y a la ciencia tiene el poder de igualar las oportunidades, pero mientras los sistemas educativos sigan siendo desiguales, el racismo tradicional e “inverso” persistirá.


Conclusión: Sembrar la duda


¿Existen realmente diferencias entre las razas? ¿Son algunos grupos naturalmente más “inteligentes” o más “torpes”? La historia de las civilizaciones antiguas y la realidad actual nos muestran que es el acceso a la educación, el conocimiento y los recursos lo que moldea las diferencias entre los grupos. El racismo, tanto el tradicional como el “inverso”, se basa en la ignorancia y el miedo a lo nuevo y desconocido. Es hora de cuestionar los dogmas que han dado forma a nuestras creencias hasta ahora.


 
 
 

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